Capítulo 2

 

«Maldito Socrates». Con sólo ver a Elias Antonides, Tallie comprendió de inmediato la trampa que le había tendido su padre. Y ella creía que por fin estaba tomándola en serio. Ahora sabía que ofrecerle la presidencia de Antonides Marine no era más que otra manera de ponerla en el camino de aquel dios griego.

Porque eso era lo que era Elias Antonides, un increíble dios griego de cabello negro y ondulado, pómulos marcados y una nariz cuya imperfección no hacía más que aumentar su atractivo, lo hacía parecer más duro… un dios capaz de luchar contra un monstruo marino con una mano mientras con la otra atacaba Troya.

Y, naturalmente, no llevaba alianza, lo cual confirmaba sus sospechas. Bueno, lo que estaba claro era que no podía negar que su padre tenía grandes aspiraciones para ella. ¿En qué cabeza cabía que un bombón como aquél fuera a interesarse en alguien como ella? Tallie sabía que no tenía mal aspecto. Era pasable, pero no llamativamente guapa. A algunos hombres les gustaba su pelo, pero rara vez apreciaban su energía, o el cerebro que escondía aquella abundante cabellera. Lo que atraía a la mayoría era el dinero de su padre, pero pocos estaban dispuestos a tragar con una mujer con ideas propias.

Sólo Brian la había amado tal como era. Hasta que encontrara otro hombre que quisiera hacer lo mismo, no le interesaba nadie. Un hombre así no se sentiría intimidado por su inteligencia, ni atraído sólo por su pelo o por la fortuna de su padre, sino que la amaría a ella.

Desde luego no la miraría horrorizado como estaba haciendo en aquel momento Elias Antonides. Al menos no tenía por qué preocuparse de que Elias estuviera implicado en la estratagema de su padre.

Pero, si su presencia le resultaba tan desagradable, ¿por qué no le habría dicho nada a su padre? Al fin y al cabo, él era el que había sacado a la empresa del pozo en el que se encontraba, sin duda tendría capacidad de decisión.

Quizá sólo estuviera de mal humor.

Como ella no lo estaba, iba a esforzarse por sacar el máximo provecho a aquella oportunidad laboral. Por eso le habló con una sonrisa en los labios.

—Usted debe de ser Elias. Me alegro de conocerlo. Y me alegro de que le gusten mis galletas. Pensé que era buena idea empezar igual que pienso continuar.

—¿Haciendo galletas? —la miró como si se hubiera vuelto loca.

—Sí —respondió con firmeza, tratando de no dejarse influir por el increíble atractivo de aquel hombre. Cómo odiaba a su padre—. A la gente le gustan… y así vienen más contentos a trabajar. Siempre he creído que la moral de los trabajadores es muy importante. Si un trabajador tiene la moral por los suelos, el negocio se resiente.

—La moral de los trabajadores de Antonides Marine está perfectamente.

Estupendo, que siguiera con esa arrogancia, así le resultaría más fácil resistirse a sus encantos.

—Por supuesto —dijo Tallie enseguida—. Y yo quiero que siga siendo así.

—Un par de galletas no le levanta la moral a nadie.

—Pero tampoco hacen ningún daño —dijo ella—. Y mejoran la calidad de vida, ¿no creen? —miró al grupo y vio varias cabezas que asentían vigorosamente.

La mirada de Elias los hizo quedarse inmóviles de inmediato.

—¿No tenéis trabajo?

Todos ellos bajaron la cabeza y se dispusieron a ausentarse. Antes de que lo hicieran, Tallie comentó que quería conocerlos, así que Elias no tuvo otro remedio que presentárselos uno por uno. Formaban un grupo muy agradable, pensó Tallie tratando de memorizar los nombres y los rostros de sus nuevos compañeros de trabajo. Todos la saludaron con una sonrisa y unas palabras de bienvenida o de agradecimiento por las galletas.

Todos excepto Elias Antonides, que no dijo ni palabra.

Finalmente, el grupo volvió a sus quehaceres. Tallie miró a Elias, él también la observaba… como si fuera una bomba que tuviera que desactivar.

—Quizá deberíamos hablar —sugirió ella—. Conocernos un poco.

—Puede ser —respondió él sin el menor entusiasmo. Se pasó la mano por el pelo, respiró hondo y llamó a los dos hombres que le acababa de presentar como Paul y Dyson—. Continuad con el proyecto Corbett, estaré con vosotros enseguida.

—Si tiene que ir, no se preocupe por mí —se apresuró a decir Tallie.

—No lo haré.

La verdad era que no estaba siendo nada amable.

Pero Tallie insistió, empeñada en atraer su interés:

—Siento no haberle avisado de que ya estaba aquí. Llegué a eso de las siete, supongo que estaba impaciente por empezar. El primer día de clase siempre llegaba al colegio varias horas antes de lo que debía. ¿No le pasa a usted a veces?

—No.

De acuerdo, tenía que probar otro enfoque.

—Encontré mi despacho; por cierto, gracias por la placa con mi nombre. Y

gracias por los informes fiscales que me hizo llegar a través de mi padre. Ya los he leído y tengo algunas preguntas que hacerle. Por ejemplo, ¿ha tenido en cuenta que, aunque es una adquisición perfectamente viable, la propiedad de Corbett podría no ser la mejor manera de empezar la expansión de Antonides?

—Escuche, señorita Savas —la interrumpió abruptamente—. Esto no va a funcionar.

—¿El qué?

—¡Esto! Esto de las preguntas y las respuestas. ¡Por el amor de Dios! Primero trae galletas y luego empieza a hacerme preguntas sobre cosas de las que no tiene la menor idea. No tengo tiempo para esto. Tengo una empresa que dirigir.

—Una empresa de la que yo soy presidenta —le recordó Tallie.

—Por culpa de una apuesta.

—¿Una apuesta? ¿De qué habla?

Sus ojos negros la miraron con gesto acusador.

—¿No lo sabe?

Pero antes de que pudiera siquiera negar con la cabeza, él soltó un resoplido.

—No, está claro que no lo sabe —abrió la boca para decir algo más, pero enseguida volvió a cerrarla—. Aquí no —murmuró mirando a su alrededor—.

Acompáñeme.

La agarró del brazo y la llevó hasta su despacho, donde cerró la puerta a su espalda. El despacho de Elias Antonides era mucho más pequeño que el que le había dejado a ella. Ni siquiera tenía ventana; sólo un escritorio rebosante de papeles, dos archivadores, tres enormes estanterías y otro increíble mural, sin duda pintado por el mismo artista que el del vestíbulo.

—¡Vaya! —exclamó Tallie de manera involuntaria—. Es impresionante —

añadió al ver el gesto de confusión de Elias—. Con esto no necesita ventana.

—No —observó el mural durante unos segundos, pero de pronto se volvió a mirarla a ella y le señaló una silla—. Siéntese.

Más que una invitación era una orden, pero Tallie pensó que no merecía la pena protestar, así que se sentó y esperó a que él hiciera lo mismo. Pero no lo hizo, sino que se quedó de pie al otro lado del escritorio. Seguía apretando los dientes. Varias veces fue a decir algo, pero debió de cambiar de opinión porque no dijo nada hasta que Tallie no habló.

—La apuesta —dijo ella, no muy segura de querer saberlo.

—A mi padre le gusta considerarse un buen navegante —dijo Elias por fin—. Y, después de haber vendido el cuarenta por ciento de las acciones de la empresa sin consultárselo a nadie…

Aquello iba mal.

—… debió de pensar que no había metido la pata lo bastante y decidió hacer una apuesta con su padre —Elias apretó los puños y Tallie tuvo la sensación de que en realidad le habría gustado estar estrujándole el cuello a su padre.

—¿Qué clase de apuesta? —preguntó Tallie con cierto temor y rezando por que su padre no se hubiera apostado a su propia hija. Hasta el momento no había llegado a tal extremo en su intento de casarla, pero tampoco lo descartaría.

—El ganador se quedaría con la casa griega del otro y con la presidencia de Antonides Marine.

—¡Eso es ridículo! —protestó Tallie—. ¿Para qué iba a querer mi padre otra casa? —la familia Savas ya tenía cinco residencias.

—No tengo la menor idea —admitió él con tristeza—. En el caso de mi padre se trata de una casa que ha pertenecido a varias generaciones de Antonides.

—¿Por qué harían algo así? ¿Por la presidencia?

—No. Mi padre lo hizo porque creía que ganaría. Le gustan los desafíos y se considera buen navegante, pero no había contado con su hermano, el deportista olímpico.

—Dios mío. Mi padre hizo que fuera Theo el que compitiera.

No era una pregunta, claro que había optado por Theo; su padre siempre jugaba a ganar. En aquel caso, Aeolus tenía algo que Socrates deseaba y que valía más que cualquier casa… la presidencia para su hija y por tanto, la posibilidad de acercarla a aquel dios griego.

Por lo menos no la había ofrecido en matrimonio, aunque lo que había hecho era casi peor.

—Tenemos que anular la apuesta —anunció Tallie con firmeza. Por mucho que deseara aquella oportunidad laboral, no la quería de aquel modo—. Yo dimitiré y la casa de los Antonides quedará a salvo.

Elias parecía sorprendido de que hubiera sugerido algo así.

—No serviría de nada.

—¿Por qué no?

—Porque la casa ahora pertenece a su padre. La ganó de manera justa —torció el gesto al decir aquello—. O al menos, todo lo justa que puede ser en el caso de Socrates Savas.

—¡Mi padre jamás ha engañado a nadie! —Tallie defendió a su padre con furia.

Su padre era capaz de presionar y llevar a sus adversarios al límite, pero no engañaba a nadie.

—Lo que usted diga —respondió Elias encogiéndose de hombros—. La casa es suya y querrá quedársela.

—Le diré que no lo haga y le amenazaré con dimitir si no lo hace.

—No, tiene que aceptar este empleo.

—¿Por qué?

—Porque ése es el trato que hicieron. Es la única manera en la que podremos recuperar la casa.

—No entiendo nada —lo único que sabía a esas alturas era que iba a matar a su padre.

—Su padre le dijo al mío que la casa volvería a ser suya dentro de dos años… —

Elias negó con la cabeza.

—¿Si…? —añadió Tallie, porque sabía que siempre había una condición.

—Si yo sigo siendo el director general de la empresa —dijo por fin—. Y usted se queda como presidenta.

—¿Durante dos años?

Era evidente que su padre no tenía mucha confianza en ella si creía que necesitaría dos años para llevar a Elias al altar, pensó Tallie con tristeza. O quizá Socrates había pensado que necesitaría dos años para convencerla de que era buena idea, lo cual era imposible porque no lo era en absoluto.

—Es absurdo —dijo ella—. Nosotros no tenemos por qué jugar a su juego… Al fin y al cabo no es más que una casa.

—Sí —murmuró él—. Pero es la casa en la que nació mi padre y su padre y mi bisabuelo. Yo no nací allí porque mis padres se habían trasladado a Nueva York el año anterior, pero vamos cada poco tiempo. Allí aprendí a construir botes con mi abuelo cuando era pequeño —ahora no hablaba con frialdad alguna, sino con toda la emoción que había estado conteniendo—. ¡Mis padres se casaron allí, por el amor de Dios! Esa casa es nuestra historia.

—Su padre no tenía que habérsela apostado —Tallie estaba casi tan enfadada con Aeolus Antonides como su hijo.

—¡Claro que no! Y el suyo no debería haberse aprovechado de un hombre al que no se le puede dejar solo.

Se miraron con furia el uno al otro.

Tallie pensó que en el fondo Elias tenía razón. Su padre siempre saltaba a la mínima oportunidad, quizá porque era lo que le habían enseñado a hacer sus padres, que jamás habían tenido nada en su vida, ni la más mínima facilidad ni comodidad económica. La familia Antonides tenía una casa que les había pertenecido durante generaciones, los Savas, sin embargo, siempre habían sido pobres. Así que cuando Socrates veía una oportunidad, la aprovechaba.

—¿Entonces qué cree que deberíamos hacer nosotros? —preguntó ella.

—Nosotros nada —replicó Elias bruscamente—. Yo voy a seguir haciendo lo que llevo haciendo desde hace ocho años, que es dirigir la empresa que conseguí sacar de la ruina en la que se encontraba. Y usted, señora presidenta, puede sentarse en su despacho o hacer galletas… o limarse las uñas.

—¡No pienso sentarme a limarme las uñas!

—Haga lo que quiera, pero no se ponga en mi camino.

Tallie lo miró boquiabierta.

—¡Soy la presidenta!

—No, es una intrusa —respondió él rotundamente—. ¿Por qué quiso su padre meterla aquí?

Tallie notó que se ruborizaba. Sabía la respuesta, pero no iba a dársela.

—¡Porque estoy perfectamente capacitada para hacer el trabajo! —lo cual también era cierto.

—Pero no sabe ni palabra del negocio de construcción de barcos —replicó Elias.

—Aprenderé. He leído todos los informes que me dio mi padre y todos los artículos sobre Antonides Marine International que he podido encontrar en periódicos y revistas. Llevo toda la mañana leyendo los estados de cuentas que me dejó usted en el despacho. Y ya le he dicho que hay algunas cosas que me preocupan…

—No tiene por qué preocuparse.

—Yo creo que sí. Si Antonides Marine va a dejar de dedicarse exclusivamente a la construcción de barcos, me parece que deberíamos estudiar varias opciones…

—Ya lo he hecho.

—…y deberíamos idear una estrategia de marketing…

—Ya lo he hecho.

—… antes de que tomemos una decisión.

—Yo tomaré la decisión.

Se lanzaron otra dura mirada.

—Escuche —dijo Tallie después de unos segundos durante los que intentó reunir toda su paciencia—, los dos estamos de acuerdo en que no puedo marcharme… aunque tengamos diferentes motivos para creerlo —dijo a toda prisa antes de darle tiempo a hablar—. Así que voy a quedarme. Y, puesto que voy a estar aquí algún tiempo, voy a tomar parte en las decisiones. Le guste o no, soy la presidenta de la empresa y no voy a permitir que se me deje de lado.

Elias apretó los dientes mientras la miraba con furia contenida, ella respondió con la misma intensidad. Y podrían haber seguido así mucho tiempo si no hubiera sonado el teléfono.

Según le dijo, era su hermana y, por el modo en que lo dijo, Tallie no habría querido ser ella en aquel momento, bueno, ni en ningún otro.

Tallie necesitaba tiempo para pensar en todo lo que acababa de descubrir, así que se puso en pie y se dispuso a salir:

—Estaré en mi despacho si me necesita.

—Sí, sí —farfulló Elias.

Ella lo miró con dureza, pero Elias no pudo verlo porque le había dado la espalda para hablar por teléfono.

Esa vez no se trataba de la tienda de abalorios; como Elias había sospechado, no se trataba más que de un capricho momentáneo. De todos modos, la conversación se desarrolló de la misma manera, Elias acabó diciendo un rotundo no a su hermanita.

Y se lo hubiera dicho antes si no hubiera estado distraído pensando en su frustrante conversación con la nueva presidenta. No paraba de darle vueltas, intentaba encontrar la manera de persuadir a la irritante señorita Savas para que no se entrometiera en los negocios de Antonides Marine, pero no conseguía dar con la solución. Como ella misma le había dicho, Thalia Savas no tenía intención de seguir las órdenes de nadie.

Cuando empezó a prestar verdadera atención a Cristina, se dio cuenta de que estaba intentando convencerlo para que fuera a navegar a Montauk con ella y con su novio. Lo primero que le sorprendió a Elias fue que siguiera con Mark después de casi dos meses, era todo un récord.

—Podrías traer a Gretl —le sugirió su hermana con entusiasmo—. Mark y yo la vimos el otro día. No sé por qué la dejaste.

Y no sería él el que se lo explicara.

Había conocido a Gretl Gustavsson poco después de que ella hubiera roto con su novio y, según le había dicho, por el momento no buscaba ninguna relación seria.

Como Elias tampoco había deseado nada serio, ni lo desearía nunca, ambos habían disfrutado libremente de la compañía del otro. La relación, si podía llamarse así, había durado los dos últimos años… hasta que Gretl había empezado a actuar como si hubiera algo más de lo que en realidad había. Finalmente, le había dicho que el tiempo que había pasado con él había sido un desperdicio y Elias lo había aceptado sin ningún problema y se había despedido de ella. No la había vuelto a ver desde entonces.

Su hermana seguía insistiendo en que Gretl era un encanto pero que, si no era ella, tendría que encargarse de buscarle a otra.

—No te molestes —se apresuró a decir Elias—. Estoy muy ocupado con la empresa, sobre todo ahora que tenemos nueva presidenta.

—Me lo dijo papá. ¡Es una mujer! —exclamó Cristina antes de echarse a reír—.

¿Crees que papá trata de emparejaros?

—¡Por supuesto que no! —aunque lo cierto era que la idea se le había pasado por la cabeza. Pero su padre no solía ser tan sutil; él era más bien de los que le presentaba a las mujeres a bocajarro.

Además, Aeolus Antonides nunca escogería a una mujer como Tallie Savas, a él le gustaban más las bellezas nórdicas, mujeres altas y rubias como Gretl. Sin embargo, Elias nunca había fantaseado con Gretl del modo que estaba fantaseando con Tallie a pesar de acabar de conocerla.

—Quizá me pase luego a ver cómo es —anunció Cristina con impaciencia.

—No te molestes. No tiene nada de especial –trató de desanimarla Elias—. Es una ejecutiva, licenciada universitaria y con un master en Gestión de Empresas. Una ejecutiva.

—Entonces no sé en qué estaría pensando papá.

—Dudo mucho que estuviera pensando.

Cristina se echó a reír.

—Papá no es tan malo, Elias. Mark le cae muy bien.

—Lo cual confirma mi teoría.

—No lo conoces.

—Claro que lo conozco —la corrigió Elias mientras pensaba que su hermana no parecía estar tan a la defensiva como con sus otros novios—. Estudiamos juntos en Yale.

—Pero ha cambiado mucho desde entonces.

Eso esperaba porque entonces Mark había sido un borracho juerguista que había sido admitido en Yale sólo porque su padre conocía a alguien. ¿Qué demonios les ocurría a los padres griegos?

—Si quieres que lo vea, llévalo a casa de papá y mamá el domingo.

—Lo llevaré si tú llevas a la nueva presidenta.

—Hasta luego Crissie —y colgó antes de que su hermanita tuviera otra brillante idea.

Tenía cosas más importantes que hacer, como convencer a Thalia de que se dedicara a limarse las uñas y se olvidara de los negocios… Claro que también podía hacer otra cosa, pensó relamiéndose.

Iba a darle algunos deberes que hacer a la señora presidenta.

Esa misma tarde, Elias apareció en su despacho con una pila de documentos que Tallie recibió con una sonrisa. Sin corresponder a dicha sonrisa, Elias salió de allí después de prometerle que le llevaría más al día siguiente. Tallie le dio las gracias y prometió leerlos todos.

Lo cierto era que aquello le resultaba muy interesante. Por el momento, todo lo que tenía que hacer era leer y escuchar, que era lo que había hecho en la sala de juntas durante la reunión que Elias había mantenido con Paul y Dyson. Nadie la había invitado, pero había ido de todos modos.

Durante la conversación, Elias la miró un par de veces como esperando que interviniera, pero ella no lo hizo sino que prefirió seguir las enseñanzas de su padre de observar y escuchar antes de decir nada. Y escuchando se había quedado impresionada con la eficiencia de Elias y el meticuloso estudio que había llevado a cabo en relación con Corbett. De todos modos, Thalia seguía sin estar segura de que fuera la mejor estrategia para expandir el negocio. Seguiría escuchando y leyendo los informes que él le diera.

Y no le sorprendería que Elias le hubiera dado cientos de facturas o la lista de la compra. Pero, después de examinar los documentos, se dio cuenta de que no era así.

Allí había un resumen detallado de la historia de la empresa y del arduo trabajo que Elias Antonides había llevado a cabo en los ocho últimos años, durante los cuales sin duda habría tenido que enfrentarse a su padre en repetidas ocasiones para reparar los errores que había cometido. Nada más hacerse con el mando del negocio, lo primero que había hecho Elias había sido recortar los gastos y los lujos en los que había caído su padre, cosa que seguramente no le habría hecho mucha gracia a Aeolus.

Cuanto más leía, menos podía culpar a Elias de su actitud hacia ella. Al final del día, mientras observaba la puesta de sol sobre Manhattan, tuvo que admitir que, de haber estado en su lugar, ella también la habría considerado una intrusa.

A las ocho decidió que era hora de marcharse a casa y seguir leyendo allí los informes, pero eran tantos que necesitaba una caja para llevarlos, por lo que fue en busca de alguna. La oficina estaba desierta, todo el mundo se había marchado hacía ya tiempo. Mientras buscaba en el armario de material, recordó que al día siguiente debía llevar la receta de las galletas para Paul y para Rosie y sonrió al pensar lo amables que habían sido todos con ella.

—¿Puedo ayudarla?

Por el tono de voz de Elias, Tallie supo que lo que le estaba preguntando en realidad era qué demonios estaba haciendo. Levantó la vista y le sonrió.

—También usted sigue aquí. Estaba buscando una caja para llevarme esto a casa —respondió ella en el mismo tono formal—. Son los informes que me ha dado antes —añadió al ver su gesto de confusión.

—No hace falta que se lleve nada a casa —dijo él, interponiéndose en su camino

—. Se toma demasiadas molestias.

—No es molestia, es mi trabajo.

Elias apretó los dientes y se apartó, pero Tallie sabía que se moría de ganas de decirle que no era su trabajo sino el de él.

—Se acabó tu maravilloso primer día en Antonides Marine —murmuró Tallie para sí mientras lo veía meterse en su despacho.

No había duda… la presencia de Tallie Savas iba a ser toda una pesadilla.

¿Quién demonios necesitaba una presidenta que hacía galletas y se sentaba en las reuniones para tomar notas y no decir nada?

Elias se quedó frente a la puerta de cristal de su despacho y la vio cargar la caja con los documentos que, incomprensiblemente, insistía en llevarse a casa. Un caballero saldría a ayudarla, pero Elias no se sentía por la labor en aquel momento; en realidad lo que desearía sería verla caer bajo el peso de la enorme caja. Claro que entonces su padre le haría pagar todos los gastos médicos.

Quizá por eso salió a ofrecerle ayuda, eso sí, sin demasiado entusiasmo. Pero ella le dio las gracias y rechazó su ayuda con una sonrisa. Elias volvió a su despacho muy molesto, pero sin saber por qué. Siguió observándola desde el otro lado de la puerta, pensando que si se le caían los papeles, no le quedaría más remedio que dejarse ayudar.

Pero justo en ese momento apareció Martin de Boer, un periodista que trabajaba en una pequeña revista cuya sede se encontraba en la misma planta que Antonides Marine. Elias sólo había hablado con él un par de veces, pero le había bastado para saber que el periodista era un pomposo, arrogante y prepotente que creía saberlo todo.

La opinión que tenía de él no mejoró al verlo sonreír a Tallie y menos aún cuando vio que ella aceptaba la ayuda que había rechazado antes de Elias.

Sintió el impulso de salir y quitarle la caja de las manos a ese cretino.

Afortunadamente, sonó el teléfono. Desgraciadamente, el que le llamaba era su padre.

—Cuéntame qué tal ha ido todo con la nueva presidenta.

Mientras veía a Tallie meterse en el ascensor con Martin de Boer, Elias dijo entre dientes:

—No preguntes.